dimarts, 9 de juny del 2009

Del Alexis de Marguerite Yourcenar a La Carta de Vassa Solomoú Xanthaki

Génesis y significado de La Carta y de Alexis

¿Cómo se siente una mujer que se ha enamorado de un hombre homosexual y que está casada con él? La Carta es el documento que una mujer joven escribe a su ex marido una vez que ya se han separado; un texto que refleja una tragedia existencial entre dos personajes. La Carta lleva a la superficie el grito atávico que sale del reino de nuestra existencia, “el sueño de la carne, del espíritu y del alma, la armonía griega clásica que buscaré por siempre”, en palabras de la misma protagonista. Este sueño de la Grecia clásica sigue siendo el objetivo de cada ser humano en todas las épocas de la historia –incluida la nuestra– y en todos los países del mundo.

El origen de La Carta son, precisamente, las notas que la autora tomó con ocasión de su lectura del Alexis de M. Yourcenar, obra que esta autora escribió a los veinticuatro años y que salió publicada en 1929. Con su protagonista, Yourcenar quiso trazar el “portrait d’une voix” que presentase las dificultades y la soledad a las que debe enfrentarse todo aquel que ama de otra manera (portrait que por otra parte sería el primero de una larga serie de otros seres singulares que, con el tiempo, habitarían sus obras: Hadrien, Nathanaël... Al leer Alexis unas tres décadas después de su publicación, hacia 1963, época en la cual precisamente la obra fue reeditada con prólogo de la autora, Vassa Solomoú quedó conmovida, y el contenido de la confidencia que Alexis hacía de profundis a su esposa Monique la impresionó fuertemente. El valor del protagonista, que escribía a su mujer porque veía que no era feliz y que confesaba su personal tendencia sexual en una época en que esta singularidad era absolutamente condenada desde el punto de vista ético, la claridad y precisión del lenguaje utilizado, el tono tierno y la capacidad analítica del personaje y, en especial, el silencio de la voz femenina –completamente ausente– le produjeron una “sagrada rabia”. ¿Dónde quedaba enterrada la mujer que leía la confesión, dónde quedaban enterrados sus sentimientos, pensamientos y derechos? ¿Cómo equilibrar aquello que no cuadraba en la relación?

En aquel momento, inexperta pero con el impulso propio de la juventud, Vassa Solomoú Xanthaki quiso escribir una respuesta inmediata, una carta fulminante de Monique a Alexis que no llegó a materializar, porque Marguerite Yourcenar había anunciado en su prólogo que no descartaba escribir una respuesta de Monique que llenara el vacío dejado por la primera obra. No lo hizo, aunque de ella conservamos otros muchos tesoros. Con el paso de los años, justificó el hecho de no haber dado continuidad al hilo diciendo que “il n’y a rien de plus secret qu’une existence féminine” y que “peut-être Monique était de ces femmes qui ne répondent pas...”. M. Yourcenar murió a finales de 1987, y, a partir de las notas conservadas de juventud, Vassa decidió iniciar la escritura de La Carta que una Sapfó dolida dirige a un Petros egocéntrico, y que fue editada en 1992. El mérito de la autora griega es, pues, haber dado la palabra a una mujer a fin de que presentara su particular vivencia matrimonial al lado de un homosexual. La obra se inicia con la descripción de un accidente automovilístico como pretexto, y con el descubrimiento de que, en el vehículo que queda destrozado, encuentran, entre otros objetos, precisamente un ejemplar de Alexis.

El tema no se ha agotado aún; como en Alexis, sigue siendo el de la sinceridad y el de la liberación de los sentidos, el del combate por la unión de lo humano con lo divino, aquella unión sobre la cual Carles Riba escribió: “En l’acte suprem de l’amor ens deixen entrellucar allò que pot ser l’infinit”. Porque el amor de dos criaturas en lo que de supremo contiene encarna exactamente lo divino en lo humano. Y únicamente desde este punto de vista podemos comprender tanto a Sapfó como a Monique, que aman a sus esposos, pero que no los sienten en absoluto vinculados a ellas, porque ellos aman de otra manera, y por esta razón ellas sienten fallido un aspecto esencial de sus vidas.

Aunque en La Carta haya terceras personas causantes de la ruptura, aunque en ella encontremos peleas, palabras fuera de tono y agitación en los tribunales, no son estos los elementos decisivos, sino otros; como en Alexis de Yourcenar, aquí tampoco hay escándalo, sino un gran ejercicio de introspección, y el combate se suscita a causa de la naturaleza. La cuestión no es, pues, determinar de quién es la culpa, porque no hay ninguna culpa. El meollo de la tragedia de los protagonistas de ambas obras es de orden existencial: dos seres humanos se han amado y se han encontrado en todo, excepto en el ámbito de los sentidos, en el que la comunicación les resulta imposible. Los datos iniciales requeridos existen: una gran dosis de ternura y de amor espontáneos que, sin embargo, no consiguen producir la fusión, evolución y sedimentación que toda relación de pareja debería alcanzar. Pero, a diferencia de lo que ocurre en la obra yourcenariana, los protagonistas de Solomoú tienen de trágico el hecho de que, aun sin poder continuar viviendo juntos, tampoco quieren perderse. Es por eso por lo que el grito de la joven esposa de La Carta no va contra Petros, sino contra el matrimonio como estructura, como institución social que presiona, ahoga y limita. En su sagrada explosión, Sapfó llega al límite: “Detesto cualquier estructura; ojalá te hubiera conocido fuera de todo esto, como un niño conoce a un ciervo o un león a otro león...”

Intertextualidad

La literatura de los últimos siglos ha tratado este tema en numerosas ocasiones: Gide con La tentative amoureuse ou le traité du vain désir, Oscar Wilde con Poemas a la Esfinge y a la Quimera, Proust, que trabajó entorno al mismo nudo, y Youkio Mishima, el gran arquitecto de la novela japonesa actual, que se suicidó delante de las habitaciones conyugales, nos dejaron testimonios similares... Pero siempre se trata de confesiones y análisis que nos llegan desde la óptica masculina. A pesar de las tentativas de Woolf con su Orlando y de Mª Mercè Marçal con La passió segons Renée Vivien, en la historia de la literatura continúa faltando la confesión de una mujer que habría descubierto que ama de forma diferente y la reacción-respuesta que, ya en el siglo XXI, podría ofrecerle su esposo o compañero de vida.

Vassa Solomoú explica que, después de la publicación de La Carta, muchas jóvenes le escribieron con la misma “sagrada rabia” que ella había sentido años antes, argumentando que no había interrumpido la historia en el momento adecuado y que había hurgado excesivamente en la herida con la redacción de una carta innecesariamente larga y de final rotundo. En su introducción, Vassa Solomoú nos presenta veladamente que únicamente en la muerte podemos conseguir la unión total con el otro, incluso con Dios, como ya dijo también M. Yourcenar refiriéndose al suicidio de Antinoüs: “En mourant jeunes, ils échappaient au vieillissement, à l'abus de la passion, à la routine et aux intrigues”. Directamente relacionado con esta percepción, no resulta casual el hecho de que los cuerpos más amados y más gozados del igualmente griego K. Kavafis o bien fueran sombras de un glorioso pasado histórico o bien se encontrasen ya en la tumba... Las lecturas de La Carta y de Alexis suscitan preguntas inevitables: ¿la naturaleza puede o no cambiar con el amor? ¿puede o no modificarse un poquito? Quizás nosotros intentemos hacer algo por cambiarla, pero es muy posible que acabe imponiéndose.

Semejanzas y diferencias entre La Carta de Vassa Solomoú Xanthaki y Alexis de M. Yourcenar

A pesar de sus muchos puntos en común, los respectivos escenarios y protagonistas de La Carta y de Alexis presentan algunas diferencias que veremos a continuación. Alexis es un hombre que ama a su esposa, a la cual, sin embargo, abandona; y Sapfó es una mujer que adora a su esposo pero que igualmente se marcha de casa. Ambas obras nos proponen un triángulo amoroso entre dos hombres y una mujer que ama sin que su amor sea correspondido. En las dos advertimos un idéntico deseo de sinceridad y de autenticidad por parte de los protagonistas, que sufren por no poder realizar la verdadera unión con el otro y que solo se liberan del sufrimiento yéndose, abandonando. Ambas son obras intimistas que desprenden una fuerte carga de dolor y de angustia. El lector siente en todo momento el sufrimiento de los personajes. Los repetidos vocativos “amigo, amiga”, presentes en ambos textos, mantienen la atención de aquel o aquella a quien el escrito está dirigido y, por supuesto, la del lector, así como también el hilo narrativo. Si utilizásemos un lenguaje cinematográfico diríamos que Alexis transcurre fundamentalmente en interiores, mientras que en La Carta la naturaleza y el cosmos están absolutamente integrados en la idiosincrasia de la protagonista y tienen en la obra una presencia mucho más relevante. En las dos obras encontramos una manifiesta desconfianza con relación a la duración de cualquier vínculo afectivo. Los dos hombres de las respectivas historias son completamente opuestos, oposición que viene dada por las características de las diferentes sociedades a las que pertenecen: Alexis es artista y músico centroeuropeo y su condición le da una finura de espíritu que hace que se analice como lo haría una mujer y que, en general, reaccione de forma discreta. Petros, en cambio es rudo, duro, cínico y muy macho; es griego y, pese a su singularidad, vive el sexo de una manera más impositiva. En términos junguianos, en Alexis es el “ánima” lo que domina, mientras que en Petros es el “ánimus”. También son diferentes las dos protagonistas femeninas: Monique es buena y silenciosa y apenas interviene; no muestra interés por vivir la pasión ni parece sentir la necesidad de vivirla; se conforma con sentir alegría y difundirla a su alrededor. Por su parte, Sapfó desea la unión de la carne con el hombre que ama, pero no la alcanza. A partir del momento en que adquiere conciencia del problema, reacciona con rebeldía y lleva a cabo un verdadero itinerario vital. Juega un papel muy activo –no podía ser de otro modo, es ella quien ha tomado la iniciativa de escribir. A lo largo del relato se aprecia en ella un cambio radical; adquiere un mayor desprendimiento frente a cosas y a personas, reduce cualquier expectativa, cosa que le confiere una sabiduría mayor. En cambio, de la Monique de Alexis no sabremos nada más y la habremos visto únicamente a través de los ojos de su esposo y de la descripción que él nos ha hecho de ella.

Como Alexis, La Carta constituye la historia y el análisis de un fracaso. Es un conmovedor grito femenino que provoca en el lector un impacto y una sacudida. Pero la tesis de la obra es la necesidad de respetar e incluso de venerar la singularidad de cada ser humano, singularidad que no es otra cosa que la perfecta manifestación de la diversidad en la naturaleza. A pesar de la similitud de fondo en el tema, nos hallamos ante dos escrituras femeninas que ponen el acento en aspectos diferentes. En el relato de su particular condición, rechazando tanto la exactitud científica como el lenguaje de los poetas, Alexis se refugia en una prosa estricta y sigue un camino de insinuaciones y de meandros para transmitirnos de manera velada sus escasas experiencias amorosas fuera de la norma; a lo largo de las 125 páginas de su carta, la palabra homosexualidad no es pronunciada en ningun momento. Alexis abandona a su mujer al cabo de dos o tres años de matrimonio. En el caso de la obra griega, la protagonista tardará en encontrar su proyección intelectual porque en ella pesan mucho el universo doméstico y tradicional así como los valores de sus antepasados; se irá después de haber pasado once años al lado del hombre que ama, explicando abiertamente las actitudes y reacciones de su compañero ante la presencia de los jóvenes que le atraen pero, desde el instante en que empieza a tener conciencia de que algún elemento entre ellos dos está en desequilibrio, dice en todo momento las cosas por su nombre empleando la terminología precisa y adecuada. La conciencia de la verdad hace que se sienta profundamente herida y que reaccione con una decisión contundente y despiadada.

Hacia el final de Alexis encontramos cierta complacencia del protagonista en las confesiones torturantes que hace a Monique y que se parecen a los gestos, miradas y actitudes amorosas que Petros dedica a sus amantes y que tan celosa ponen a Sapfó. Ingredientes casi imperceptibles de sadismo en los que el placer va muy unido al dolor.

Los protagonistas masculinos de ambas obras consideran la posibilidad de tener un hijo como una válvula de escape que les libere de la terrible situación de infelicidad y de no plenitud que tienen planteada. Falsa solución exterior a una problemática interna que se sienten incapaces de resolver. También vincula estas obras el hecho de que en ambos relatos los condicionamientos externos son absolutamente favorables pero no pueden contribuir al mantenimento de la pareja. Y descubrimos que a los dos protagonistas de La Carta, Alexis y Sapfó, les tienta en algún momento la idea de matarse para poner fin al sufrimento emocional, pero también como posibilidad in extremis de compartir una esencia que nunca han compartido o como digno final fracasado de una vida en común también fracasada.

De hecho, ninguno de los protagonistas de las dos obras puede pedir consejo ni recibir ayuda externa en la dificultad; Alexis por pudor, porque, siendo su natural tímido, las inclinaciones prohibidas no hacen sino encerrarlo más en sí mismo, inhibiendo cualquier posibilidad de comunicación; Sapfó porque se siente desorientada y superada por las circunstancias y no se fía del entorno. Así, los dos protagonistas atraviesan el proceso en total soledad. Son dos obras que analizan la vertiente emocional de las grandes relaciones humanas, los límites de las sensaciones y de las reacciones que los sentimientos provocan. Al finalizar los dos textos hay un perdón que implorar y que conceder por parte de aquel que, de alguna manera, se siente responsable de la no realización del otro. Y, tal com Alexis permitiría imaginar un eventual reencuentro de los protagonistas años después de la crisis, también al final de La Carta existiría para sus personajes un aliento de optimismo, la oportunidad de recuperar la relación de forma diferente y sin una ruptura definitiva, lo que confirmaría la tesis según la cual, por presencia o por ausencia, el ser humano siempre continúa de alguna manera vinculado a las personas que han formado parte de su vida.

Por lo que se refiere a los respectivos desenlaces, podemos imaginar que Monique lee la carta de Alexis pero, en el caso de la obra griega, las circunstancias del accidente no nos permiten saber si el texto de Sapfó llegará o no a manos de Petros. Solo en el caso de que el compañero accidentado fuese Stavros –hecho poco probable, puesto que acaba de estrenar su segundo matrimonio– tendría Petros la oportunidad de reencontrar el espíritu de su antigua compañera y de conocer el alcance de sus sentimientos. En cambio, si son Petros y Sapfó quienes han perdido la vida durante el viaje que planeaban con los hijos de ella, la carta que Sapfó ha dirigido a su gran amor quedará para los pequeños como testimonio vital de su madre y de la historia compleja de los miembros de su singular familia. Y, al morir los dos protagonistas juntos, quizás puedan alcanzar la unión definitiva que no supieron o no pudieron realizar en vida, porque, según Oscar Wilde, “la unión perfecta se consigue no en el acto físico, sino en una muerte aureolada de inmortalidad”.

Escrituras y reescrituras

En cuanto al aspecto formal de la narración, la autora de La Carta siguió deliberadamente un estilo en el que predomina la frase corta y directa con el fin de no alejarse demasiado de la técnica –casi jansenista– utilizada por M. Yourcenar en su Alexis. Las dos obras progresan mediante movimientos fluctuantes hechos de avances, retrocesos y balbuceos. Yourcenar trasladó las angustias de su protagonista –que dibujó a partir de un verdadero conocido– a principios de siglo y a un país centroeuropeo. Vassa Solomoú Xanthaki perfiló sus personajes entretejiendo tres ejemplos de parejas conocidas y frecuentadas por ella, y sus específicas circunstancias. Como presenta un tema atrevido, delicado e íntimo, la autora lo envolvió cuidadosamente con una escritura muy poética y, al tratarse de novelas cortas, que de hecho son cartas, carecen del corte de los habituales capítulos de una narración larga; el contenido fluye con pausas pero no con fuertes interrupciones. Por lo que se refiere a Alexis, en sus 125 páginas tampoco ofrece ningún corte. En ambas obras los protagonistas van desnudando su alma de forma gradual y mediante diversos flashback. El principal temor de la autora griega era que su obra no gustara a los franceses –que adoran a Yourcenar–: “No me lo perdonaría nunca si no les gustara”. No tuvo que sufrir: publicada en 1992, el 28 de febrero de 1994 La Carta recibió el premio de la Asociación de Escritores en lengua griega.

Cuando esta obra se publicó en Grecia, algunos críticos lamentaron que su lectura no hubiese suscitado más debate y más crítica por parte de los dos sexos, hecho que confirmaba que los tabús sociales continúan aún distribuidos un poco entre todas las clases y que aún es necesaria una tarea de concienciación para liberarnos de ellos. Es lástima que algunos escritores abran caminos e inviten a una cierta polémica entre los lectores y que, no obstante, su noble intento caiga en el vacío.

Sobre la traducción en catalán y en español. Dificultades concretas y soluciones adoptadas.

Tal como sucede con cualquier obra original, toda traducción tiene un origen, una gestación. Los de La Carta se situan en Salónica, en noviembre del 2000, y encuentran su raíz en la sugerencia de la editora y traductora de Yourcenar al griego, Ioanna Xatzinikolí, que me propuso el texto de Vassa Solomoú a consideración. Una vez leído, pensé que trataba el tema iniciado en Alexis desde una perspectiva muy sugerente, que tenía una innegable fuerza ilocutiva y que era una obra de verdades contundentes; en definitiva, que la historia estaba muy bien narrada y que merecía ser conocida por los lectores catalanes y españoles e integrada en nuestro patrimonio cultural.

Esta traducción nació de un pacto: se realizaría en Atenas y contaría con la asistencia lingüística de la misma autora –un privilegio que ningún traductor o traductora se atrevería a rechazar. No respondió a ningún proyecto editorial ni a ningún encargo; al contrario, en catalán fue difícil encontrar un editor que la asumiera y en español sus personajes aún están in cerca di editore; fue una elección personal.

La Carta ha sido traducida al inglés, al catalán, al castellano y al francés. Figura, pues, entre las obras griegas en prosa que se han traducido en nuestro país en los últimos años. La traducción a partir de la literatura griega recibe, ya de entrada, un tratamiento diferente –absolutamente restringido– del que se otorga a obras procedentes de otras literaturas. Cabría pensar que precisamente el desconocimiento podría ampliar el campo de acción y abrir numerosas posibilidades que sin duda resultarían enriquecedoras y constituirían una auténtica apuesta por la diversidad a la que tanto aludimos en nuestros días. No siempre es así, pero en nuestro caso nos guía la voluntad de dar a conocer pequeños ejemplos de esta riquísima literatura contemporánea y enriquecer nuestro propio patrimonio mediante la herramienta de la traducción. Con el fin de salvar las lógicas distancias culturales y ayudar en la comprensión global del texto, las traducciones catalana y castellana se completaron con notas explicativas a pie de página, sobre todo por lo que se refiere a los llamados “núcleos de resistencia”, palabras o expresiones que resultan de difícil traducción porque no existen en la lengua de llegada. En este sentido, procuramos en todo momento que dichas notas fuesen más una aportación de información complementaria pero sucinta, que una glosa o explicación extensa, porque entendemos que el traductor ha de esforzarse por encontrar el término equivalente más preciso.

En cuanto a Alexis, durante el 2005, diversas circunstancias, entre las cuales figura la de haberme enterado de que los derechos de la obra para el catalán volvían a estar libres, me llevaron a rehacer también en catalán esta traducción que actualmente están leyendo dos editoriales. La primera publicación la llevó a cabo Tàndem Edicions del País Valencià en 1974. Esta traducción la realicé en el Centro Internacional de Traductores de Seneffe, en Bélgica.

Ambos trabajos se realizaron óbviamente partiendo del original, tal como creo que se deben hacer las traducciones, excepto en el caso de algunos eminentes escritores que pueden traducir de textos que llamamos intermediarios y, sin embargo, realizar un trabajo de calidad. La propia Yourcenar no leía el japonés pero, a partir de textos ingleses, se atrevió a abordar al insigne Youkio Mishima. Porque parece obvio que, si una traducción intermediaria no es suficientemente buena –y no todas lo son–, el riesgo de falsear el conjunto es grande, y se podría llegar a la reescritura de una obra que se manifestara como muy alejada de lo que su autor deseaba expresar, o bien que no tuviera la fuerza, los matices o el tono particular que presenta el original, como de hecho ha sucedido repetidamente en la historia de la literatura. Por otra parte, una buena traducción eleva aun más el valor de una obra literaria ya reconocida.

De todas formas, en nuestra práctica, puntualmente siempre suele haber algún referente intermediario. Intentaré explicarme: ¡cuántas veces la idea de determinadas palabras del texto de origen llega a la mente del traductor a través de otra lengua distinta de aquella a la cual está traduciendo! Es como un flash: tal palabra griega corresponde, exactamente, a tal otra en italiano o a tal otra en francés, y este “relámpago”, esta imagen de un segundo, puede pasar por la mente del traductor antes de que lo haga la palabra que ha de encontrar para la lengua de llegada, que surgirá algo más tarde. ¡Los itinerarios mentales son imprevisibles y a menudo caprichosos!

He de añadir que para un no-nativo el griego es una lengua difícil y la cultura griega le resulta lejana. No porque pertenezca a otras épocas, ni por su fonética, pero su dominio resulta duro porque es riquísima, llena de matices y de variantes verbales y particularmente gráfica. En su aprendizaje tendremos un tramo del camino recorrido si antes hemos conocido a fondo el griego clásico. A partir de ahí, ni la terminología ni los matices nos parecerán tan chocantes y el entresijo verbal resultará más abordable. No obstante, se necesitan unos cuantos años de estudio y de profundización y mucho tiempo vivido entre los griegos para empezar a hacer propia esa lengua. Con todo, tal como lo haría una dama misteriosa, la lengua griega siempre reserva sorpresas a un traductor. Y en eso radica sin duda uno de sus encantos.

En mi caso concreto, traducir de esta lengua constituía un reto, un sueño largamente acariciado y un auténtico deseo, el deseo del acto genuinamente creativo de reescribir. Y, por lo que se refiere a Alexis, aparte del interés por la obra en sí misma y por ser punto de partida del texto que ya había vertido del griego, traducir del francés no planteaba ningún problema, porque esa lengua es para mí casi materna. El mío es un caso de traductora vocacional, no de escuela propiamente dicha; intuitiva, autodidacta, apasionada de este ejercicio estilístico y que suele elegir las obras que versiona. Dada la estrecha relación que desde siempre he mantenido con Grecia y por el amor que profeso a su cultura –que me mueve a trabajar “tanto como pueda”[1] para la difusión de su lengua y de su literatura actual– la confianza depositada a primera vista en mí por la autora me honró y estimuló de manera especial. Y traducir Alexis, una obra que me había entusiasmado desde la primera lectura, era un regalo, un incentivo que me animaba –como lo ha hecho la traducción de otras obras de Yourcenar– en la investigación que sobre esta autora estoy llevando a cabo para la obtención de mi doctorado.

La traducción es una tarea solitaria y disciplinada; la propia M. Yourcenar habló sobre la traducción como “entreprise désespérée”, y decía: ...c'est assez semblable à une traduction dans la mesure où l'on sait qu'on ne peut pas arriver à l'exactitude absolue. On fait de son mieux pour rendre le son d'un autre esprit, et pour éviter le mensonge”.[2]

El hecho de traducir plantea preguntas: ¿cómo transmitir la esencia de un texto? ¿Cómo transmitir la emoción que siente el lector de un original al lector del texto traducido? En este punto Vassa Solomoú se muestra ingeniosa y dice: “Una buena traducción es aquella que conserva la fidelidad del marido y la seducción del amante”, opinión que en seguida relacionamos con otras palabras de M. Yourcenar: “Il n'y a certes de bonne traduction que fidèle, mais il est des traductions comme des femmes: la fidélité, sans d'autres vertus, ne suffit pas à les rendre supportables”.[3] Según el criterio de la escritora griega, que compartimos, el primer principio es que no cambie el sentido del texto de partida, y el segundo que el oficio del traductor consite en hacer vivir al nuevo lector tota la intensidad y la expresividad de la lengua en que una obra fue escrita, pero en la lengua que él puede leer. J. Mallafré lo expresó con la imagen de una regla de tres: “L’obra original és al lector de l’obra original com la traducció és al lector de l’obra traduïda. El traductor assumeix el paper de l’autor repetint la mateixa obra en una altra llengua. El traductor debe tener un porcentaje igual de “sourcier” y de “cibliste”; ha de procurar equilibrar la balanza entre la fuente y el texto de llegada.

Para concretar, diremos que en la traducción de ambas obras hemos concedido una importancia particular a la función comunicativa del texto traducido y a la intención de las autoras, y que este elemento de priorización ya determinó su elección, por el hecho de que lo consideré susceptible de promover una toma de conciencia en el lector y, en último término, incluso un cambio de percepción o un compromiso. Por encima de todo, centré mis esfuerzos en conseguir que las versiones reflejasen los mismos elementos que eran relevantes en los originales, de modo que tuviesen la funcionalidad necesaria.

En el ámbito de los tiempos verbales, siempre opté por la consecutio temporum que corresponde a nuestra lengua, procurando no alejarme del original griego para mantener la correspondencia con “las maneras” del original. Por ejemplo, en el párrafo de la contraportada de La Carta, nuestros subjuntivos: ... “m'hagi ferit i el dolor sigui trist i nostàlgic”... en griego son simples indicativos, pero nuestra lengua no puede expresar la idea de oposición si no es empleando el subjuntivo y el griego sí. Otros ejemplos de cambio de tiempo verbal necesario se encuentran en la página 21, donde hemos de interpretar como un pluscuamperfecto: ... “havia estat cosa del pare” un verbo que en griego es imperfecto, y en la página 45 se nos presenta una circunstancia similar con la hipótesis “i si et digués que...” y con la forma “ja ho havia d'haver entès”.

También encontramos que un número importante de formas verbales en griego son pasivas o medio pasivas y, por razones de agilidad, en nuestra lengua hemos de expresarlas mediante una pasiva impersonal o directamente en voz activa.

En todas las construcciones en que el griego puede prescindir de los verbos ser o estar porque, ya desde los textos clásicos, se sobreentienden y porque la sintaxis lo permite, nosotros nos vemos obligados a explicitar estas formas y también hemos de compensar con el verbo correspondiente buen número de otras construcciones nominales del original griego (por ejemplo, en la página 39: “vam passar el febrer a Kamena Vourla” o en la 65: ...“a les qüestions particulars responies en general” ....).

La profundidad filosófica del tema tratado requería un lenguaje de una notable complejidad y, sobre todo, respetar absolutamente el sentido del original. La abundancia de referencias a la naturaleza, al cosmos, su contenido más bien existencial y la riqueza de imágenes y de metáforas nos exigieron la misma selección y precisión.

El hecho de que la autora se propusiera intencionadamente una escritura sobria con la intención de imitar el modelo de frase yourcenariano y de homenajear en cierta manera a su predecesora hizo que, en ocasiones, aprovechara la circunstancia de que el griego permite suprimir algunos nexos introductorios de frase, sobre todo en comparativas, que en nuestra lengua resultan imposibles de obviar y que nosotros hemos tenido que explicitar a fin de que el texto fluyera con naturalidad. Tenemos muchos ejemplos de ello en la misma introducción de la obra, en la página 10, donde tuvimos que compensar un “escriure” griego, solo y aislado antes de la cursiva, dándole el sustantivo “un text”, para que el relativo griego que sigue pudiera tener el antecedente que le correspondía.

A diferencia de lo que sucede en otras obras de la literatura griega, no hay léxico turco. Son abundantes, en cambio, términos relativos a diferentes elementos tradicionales de la región de Thessalia, de donde proviene la autora. Cuando la palabra era muy específica o de difícil traducción también la hemos explicado en nota a pie de página.

A lo largo de la obra hay dos o tres ejemplos de proverbios que no presentaron ninguna dificultad. Tampoco supusieron ningún problema las escasas expresiones bíblicas o de la liturgia ortodoxa que figuran. En cuanto a los nombres propios, procuré reproducir en todo momento la grafia más próxima a la del griego, por respeto a la lengua. La primera nota a pie de página explica mi elección.

La sólida formación clásica de Vassa Solomoú le permite utilizar a menudo referentes del griego antiguo. Cuando estas ocasiones se han presentado, he trazado en nota complementaria un mínimo retrato de los personajes de la Grecia arcaica –mujeres sobre todo, dado el interés de la escritora por la mirada femenina– y, en referentes más modernos, también era mi deseo que no quedasen en el aire; por eso aporté sobre ellos la información que tenía.

En determinados párrafos me permití unas pequeñas licencias: compensar y alargar –mediante una frase esclarecedora que la misma autora nos sugirió:“Finalment ho entendré”– un último párrafo de la página 22 que para el lector griego resulta evidente pero que no habría resultado nada claro para el catalán: “la campana haurà de sonar ni que sigui a les dotze”.

En relación con otros aspectos metodológicos del presente trabajo, las tentativas y borradores figuran en el volumen original, que la autora comparaba a un “bordado”; deseo añadir que la estrecha colaboración con ella hizo posible que de vez en cuando le pudiera leer determinados párrafos en nuestra lengua y, pese a su desconocimiento del catalán y del castellano, en ocasiones conseguía orientarme a partir de la musicalidad del texto; decía que aquello que sugería era correcto o no atendiendo únicamente a cómo sonaba, a la prosodia que presentaba el nuevo texto. Esto justifica mi convicción de que las impresiones auditivas que este puede producir en el autor del original resultan a menudo imprescindibles para el éxito de la empresa, y que el tono y la entonación tienen su importancia para el contenido del mensaje.

Si pasamos a Alexis, el principal escollo que un traductor inexperto podría encontrar en esta obra es el estilo de la sintaxis yourcenariana, tan clásica como compleja, por los extensos períodos sin pausa larga a que somete la frase, con la cual realiza auténticas contorsiones. No obstante, el lenguaje es bastante asequible y no tiene el tono tan críptico y barroco de Feux, por ejemplo. Sin embargo, una vez acabada, observé que mi traducción difería en muchos aspectos y en muchas interpretaciones de la que para Tàndem hicieron Rosa Serrano y Antònia Pallach, que considero algo ambigua y poco matizada en relación a la habitual precisión de Yourcenar.

A menudo, fue necesario introducir los pronombres que el francés utiliza siempre con el verbo y que nuestra lengua fácilmente suprime, para aclarar la idea o la persona que entraba en juego. Procuramos que nuestro lenguaje conservara el tono severo y lamentoso que la confesión de Alexis, personaje obsesionado, presenta en todo momento, y reflejar fielmente el “portrait de cette voix”. La única frase que nos supuso dudas y que nos exigió más reflexión fue: “Il n’était pas jusqu’à mes frères pour qui je ne ressentisse une sorte de respect”, que tradujimos:“Fins i tot pels meus germans jo sentia una mena de respecte”.

Una vez concluido el trabajo, afirmamos, en palabras de Carles Cardó, que las traducciones de La Carta y de Alexis nos han supuesto más placer que tormento. Tenemos la esperanza de que así habrá quedado reflejado en los productos finales y que este placer nuestro se contagiará a los lectores de nuestros respectivos países.

BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA

LIBROS:

AA.DD. (2000). Traducir al otro, traducir a Grecia. Málaga: Miguel Gómez ediciones.

GALEY, M. (1997). Les yeux ouverts Entretiens avec M. Y. Paris: Bayard éditions.

LADMIRAL, J.R. (1985). Traduire: théorèmes pour la traduction. Paris: Payot.

SOLOMOÚ XANTHAKI, V. (1992).  Atenas: Xatzinikolí.

STEINER, G. (1980). Aspectos del lenguaje y de la traducción. Madrid: FCE.

VITEZ, A. (1996). Le devoir de traduire. Montpellier: Fata Morgana.

YOURCENAR, M. (1971). Alexis. Paris: Gallimard.

VIDEO:

(2001). De Bernard Pivot sobre Marguerite Yourcenar. Col.lecció Apostrophes. Videoteca de la memòria literària. Barcelona: Editrama.

ARTÍCULOS:

JALOUX, E. (1930). “Alexis”. Nouvelles littéraires, n. 393: (p.3)

LEUWERS, D. (1995). “Quoi? l’éternité ou Alexis retrouvé. Roman, histoire et mythe dans l’oeuvre de M. Yourcenar”. Actes du colloque universitaire d’Anvers. Textes réunis par Simone et Maurice Delcroix. Tours, SIEY. (p. 293-299)

.(1996). “Alexis ou naissance et rupture”. Actes du colloque universitaire de Valence de 1986 réunies par Elena Real. (p. 143-148)

MALTAIS, M. (2000). “L'enjeu de la narration pour le féminin chez Marguerite Yourcenar”. PÁGINAS?Actes du colloque international de Tours 2000 (p. 133-141)

PATURCA, G. (1994). “Écritures féminines, amitiés et passions masculines”. Bulletin n.14 décembre 1994 SIEYTours (p. 69-91)

CRÍTICA de PRENSA:

Periódicos griegos: η καθημερινή, 20 novembre 1993. η αυγή της κυριακής, 18 octubre 1992. κυριακάτικη, 27 mars 1994.


[1]Título de un poema de K. Kavafis.

[2] Les yeux ouverts. Paris 1980.

[3] Misma fuente.

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